Cuento "La nariz de Durañona" • Autor Daniel Alonso

Cuento "La nariz de Durañona" • Autor Daniel Alonso

Ilustración de artista Rose Marie Nogales

Cuento: "La Nariz de Durañona"

DANIK

Daniel Alonso

Decir que Durañona era narigón era una falta de respeto. Decir que el águila tenía la nariz de Durañona era un elogio. Decir que Durañona tenía nariz aguileña era un elogio para el ave. Porque algunos decían, en su afán de empatía con Durañona, que no era narigón, sino que tenía la cara echada un tanto para atrás. Falso también. Falso como esa gente que quiere quedar bien. Porque Durañona sí tenía una nariz prominente, saliente del recinto forzoso al que acuden el común de las narices.

Durañona tenía éxito con las mujeres, porque esa nariz lucía con distinción. No era una nariz cualquiera; en ocasiones parecía un reloj de sol. Era como que tenía vida propia porque Durañona era tímido, pero su nariz era sofisticada, excéntrica, audaz. Su nariz lo desinhibía. Quizás era un tanto agresiva en invierno, porque la nariz se mostraba desnuda, auténtica. Así como era. Quizás distinto a ciertas personas que se esconden en un yo indescifrable, gente de la que no se conocen jamás sus rasgos interiores.

Durañona no era Francisco Oliver Durañona; era su nariz más Durañona. La gente, cuando lo miraba, en realidad miraba a su nariz antes que a sus ojos. Era inevitable: era como un siamés. Tenía vida propia. La personalidad de esa nariz… su estirpe superlativa de tótem, de obelisco, de torre Eiffel ligeramente fragmentada. Elogiada, elegante al punto de ser admirada por el cine. De mostrarse altiva en un desfile. De seducir entre la multitud. De hablar, sería Sócrates y, de conquistar, sería Alejandro Magno.

Es de creerse, porque nada es eterno, y uno bien lo sabe. Está dicho que un accidente cambia la vida de las personas. Él también: Durañona gozaba de una vida de éxitos y sabores, de mujeres y placeres. También gozaba de un descapotable, aquel que se cerró de forma casi automática el día de lluvia y le seccionó su famosa nariz.

Durañona jamás volvió a ser el mismo.