Cuento: "El sándwich" (2023)
• Autor Carlos Silva Koppel
• Autor Carlos Silva Koppel
Carlos Silva Koppel es un escritor ecuatoriano. Además de escribir es psicólogo y se desempeña como docente de cátedra en instituciones de su país.
por Carlos Silva Koppel | @carlossilvakoppel
Aquél día me habían pagado el cheque de mi nuevo trabajo y pasé por el banco cambiándolo. Con dinero en mano, fui por el sándwich que me prometí comprar con mi primer salario. Era ese submarino del restaurante gringo famoso que había llegado a la ciudad, un poco fuera de mi alcance para entonces, en las épocas desempleado.
—Deme el número uno —le dije a la cajera que atendía en el restaurante. Enseguida me entregaron la orden y agarré la charola y caminé hacia la mesa.
—¿O sea que yo no soy nadie para ti? —en la mesa contigua a la mía se escuchaba en son de reclamo lo que le decía una mujer a un hombre.
Empecé a desenvolver lentamente el papel que cubría al sándwich que tanto había esperado. No podía hacerlo tan rápido, tenía que ir despacio y disfrutar cada momento.
—Te prometo, mi amor, que no te he podido contestar el teléfono porque estoy trabajando. —le contestaba el tipo a la mujer.
— A ti no te puedo creer nunca nada de lo que dices —atinó ella.
La mayonesa había venido en un empaque bastante amigable para poderla verter en el sándwich. Estaba ansioso por meterle el primer bocado.
—Ya deberías irte buscando otra persona, yo no pienso aguantar más que ignores mis llamadas— seguía la mujer.
—En ocasiones debo de tener mi celular sin sonido, porque podría perder el trabajo si me ven con él, ¡Te lo prometo mi amor! — justificaba el señor—. ¡Tú tienes a otra! — ella continuó.
¡Miam! Di el primer bocado al sándwich.
¡Paf! Sonó la bofetada que la mujer dejó soltar de su mano en la cara enclenque del caballero en apuro.
Bebí un poco de la soda. Yo, estaba disfrutando de mi almuerzo.
—Necesito ir al baño —entre sollozos arguyó la dama.
¿Les conté que también vinieron papas fritas? Pues, son las mejores. Las cocinan en aceite que hierve a 180 grados centígrados y las dejan ahí por tres minutos. Luego suena una alarma y las hacen escurrir sobre la piscina del aceite, para luego pasarlas a un espacio donde las mantienen calientes y frescas.
—Perdóname, no debí golpearte —ella le dijo al hombre—. Me lo merezco— apuntó él.
Puse unas cuántas patatas dentro del sándwich.
—¿Cómo que te lo mereces? No lo entiendo, si me has dicho que está fuera de tus manos no contestarme las llamadas —ella argumentó.
—Tengo que confesarte algo.
—Qué, ¡habla ya Juan Sebastián!
Me había olvidado por completo decirle a la cajera que le quite el tomate, puesto que me causa agruras.
—Temo que no soportarás el dolor de esta confesión —dijo Juan.
—Yo sabía, ¡Tú tienes a otra!
¡Yo sabía!, me iba a caer mal el tomate.
—No es como tú piensas. En ocasiones, las cosas solo se dan y no dependen ni de ti, ni de mí— el hombre sin sangre en la cara, desplegaba su intento de confesión.
Tenía un mal sabor de boca, al saber que había esperado tanto por este momento y no he disfrutado del todo el sándwich por el tomado bendito.
—¡Maldito! Eres un maldito. ¡Ojalá y te pudras!
Creo que estaba podrido. Iré a reclamar por este sándwich, “¡Qué decepción!” me decía en mi mente.
Y no tuvo que pasar más para que devolvieran mi dinero y yo me había morfado casi todo el sándwich.
—Qué decepción, te has comido mi vida ¡Devuélveme todos los años que te di! — dijo ella.
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