Cuento: "La tarde de las mariposas"

• Autora Corina Ferreira

Sobre la autora

Corina Ferreira es una joven escritora argentina.

El presente cuento fue originalmente escrito para el Concurso Literario "Julio Cortázar 2021" y obtuvo el título de Mención Honorífica. El certamen fue organizado por la Secretaría de Cultura y Educación a través de Literatura de Lomas de Zamora para estimular la creatividad y el talento de los escritores. Cada participante tuvo que enviar un cuento/relato con una extensión máxima de ocho carillas. El coordinador de Literatura, Hugo Bento, agradeció "a los 442 autores, la mayoría de Lomas de Zamora y distritos vecinos del Conurbano Sur, que formaron parte del certamen", y destacó "la originalidad y alta calidad literaria de las obras que se presentaron".

Para nuestra revista TP&GO! Magazine Digital, su autora nos confiesa que "está inspirado en una canción, Seven - de Taylor Swift-, y su ambientación en la laguna de San Vicente."

¡Que lo disfruten y no dejen compartirlo a aquellas personas que los acompañaron en la niñez!

La tarde de las mariposas

por Corina Ferreira | @corii_ferreira


Cuando era chica tuve una amiga que una vez me contó que tuvo mariposas de tres colores. Azules, amarillas y naranjas.  

           Mi amiga decía que no servían, que al poco tiempo se morían. A veces, cuando las agarraba se les rompían las alas y por eso tampoco volaban. Yo pensé que quizá mi amiga estaba haciendo algo mal. Me frustré un poco y le dije que me llevara con ella a cazar. Le iba a demostrar que estaba equivocada. Nos fuimos solas, dos chiquitas corriendo por el pueblo, no tendríamos más de ocho años.

           Caminamos hacia el lago. Todo parecía más tremendo y grande cuando estábamos solas. El cosquilleo de los secretos que nos contábamos al oído, aquellas monedas que sacábamos de la fuente del centro – nuestro mayor crimen-. Volvía a casa angustiada por haberle arruinado el deseo a alguien, pero cada vez lo volvía a hacer porque lo hacía con ella. Las promesas son fáciles de cumplir cuando no se teme a más que a una bala perdida en Navidad.

No había mucha gente. La mayoría de los negocios estaban cerrados y todos los perros y gatos bajo las copas de los árboles escapándole al sol. Hacía calor, pero igual íbamos de la mano, medio corriendo y medio volando. Yo seguía un poco incrédula de la forma en la que mi amiga trataba a las mariposas, pero no estaba enojada. Nosotras nunca estábamos enojadas, a lo sumo estábamos tristes. El que siempre estaba enojado era el papá de mi amiga, con un cigarrillo recién armado en la mano y en la otra una caja de fósforos; buscando siempre a quien interrogar. Antes pensábamos que su casa estaba embrujada. Ahora me parece que pasaban otras cosas.   

           Cuando llegamos al lago había unas cuantas personas en reposeras, durmiendo, charlando o tomando mate. Algunos pescaban, un par ponían música, pero la mezcla de las diferentes canciones parecía solo molestarnos a nosotras. Era el fragor del pueblo, pero nosotras siempre le escapábamos a eso. Nos fuimos a un costado, lo más lejos que pudimos, donde el pasto estaba más descuidado y alto al borde del lago. Mi amiga me soltó la mano, se descolgó la mochila del hombro y sacó de ella un frasco vacío de mermelada. Nos sentamos por ahí a esperar que alguna mariposa se acercara. Ubicamos tres o cuatro que volaban entre el pasto, las margaritas silvestres, los dientes de león, los plumeros y las gramíneas. Yo hubiese preferido el silencio, pero mi amiga nunca se quedaba callada. De fondo, muy lejos la música todavía se escuchaba, pero ahora también se sentía algún que otro pájaro y el zumbido de los mosquitos –todavía tengo las marcas de ese día. – 

           Me contaba mi amiga varias cosas. Me decía que el día anterior había hablado con su mamá por teléfono, que iba a volver a casa pronto, antes de Navidad. Me puse feliz por ella porque lo contaba contenta, con orgullo. Seguía hablando cuando una mariposa se nos puso cerca, sobre un diente de león, como posando para nosotras. Mi amiga se calló, y me señaló para que yo tampoco hablara.       

           –No la lastimes– le dije.        

Ella destapó el frasco que hasta entonces descansaba entre sus piernas cruzadas. Se arrodilló y se estiró hasta la mariposa y, con un movimiento que me impresionó, la atrapó. Sonrió.

           –Mirá. - dijo volviéndose a sentar. -No la lastimé, y ya vas ver que en un rato se muere.

           Me pasó el frasco y lo sostuve lo más cerca que pude, viendo a la mariposa chiquita, apretada, sin lugar para hacer nada, chocándose contra el vidrio repetidas veces en un intento de seguir con su vuelo. Mi amiga enseguida siguió hablando. Me decía que igual no le importaba mucho si su mamá venia o no, que la Navidad no le gustaba. Yo le dije entonces que podía venir conmigo, o que nos podíamos esconder entre los juegos de la plaza del centro y no volver nunca más. Podíamos vivir de robar deseos.    

           Hablamos un rato más, ella con el frasco entre las piernas y yo arrancando pasto, soplándole algún que otro diente de león en la cara para hacerla reír. En algún momento arranqué también una margarita y se la puse detrás de la oreja, mientras ella todavía hablaba de su mamá.           

           –A mí no me molesta que venga, pero me quiere llevar con ella y yo sin vos no me quiero ir… – siguió, con un reproche caprichoso y chillón–; además no quiero dejar a mi papá solo.  

           La mariposa seguía en el frasco y no se me ocurrió en ese momento que no podía respirar. Mi amiga miró hacia abajo, casi por casualidad. Suspiró con un dramatismo característico en ella y levantó el frasco. Me mostró la mariposa muerta.

            –Te dije – negó con la cabeza, como decepcionada de tener razón.         

          –Bueno, no importa. –le contesté mientras me levantaba y me sacudía la tierra del cuerpo. –Vamos.    

           Mi amiga se levantó y destapó el frasco, volcando a la mariposa muerta en el lago. Yo ya me había adelantado unos cuantos pasos, empezando a volver. Mi amiga corrió hasta alcanzarme y me agarró la mano. Caminamos apuradas porque se estaba haciendo de noche, y lo tremendo de noche daba miedo.

           Habrá sido por esos años que se mudó y yo no me quedé mucho más. Entonces la ciudad parecía llamar a todo el mundo, de la manera en que algo nuevo y desconocido parece lindo porque solo se ve desde afuera. Aquel pueblo no era mejor, ningún lugar lo es. Con el tiempo aprendes que no puedes correr de “lo de adentro”, de lo que no ve.     

           No fue hace mucho que la soñé. Yo volvía a buscarla y la encontraba en la calle del centro que ahora estaba asfaltada. Nosotras también estábamos cambiadas. Me miraba primero de reojo, con un cigarrillo en la mano. Yo me acercaba sin decir nada. Como si fuera un entendimiento de que estábamos ahí por la otra. Me dijo: “En cualquier lugar de mierda como este hay una mariposa muerta, un cigarrillo en el piso y una nena que corre. Nosotras en otro lado, pero todavía podemos vivir de robar deseos”. Y yo sabía que tenía razón.

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