El general Uler escuchó a una dama que dijo, mientras en el castillo celebraban una reciente victoria, eso de que “al tiempo nadie lo vence.

La reacción del militar fue la de un valiente:

-¡Con mis regimientos venzo a cualquiera, también a ese ,,,¿cómo es?...ah, sí, el tiempo- vociferó aunque no estaba él en esa conversación.

El Almirante Krum tampoco, pero no dudó en apoyar la exclamación, como lo hicieron coroneles, mayores y capitanes que, sin pedir ni necesitar explicaciones afirmaron lo mismo: no había enemigo invicto frente a las tropas que comandaban ellos.

Inflamados por la bebida y la presencia de tantos invitados, el espíritu combativo invadió muy luego todos los salones y alguien, quizás un oficial joven, deseoso de mostrarse interprete de los anhelos de los grandes jefes, hizo levantarse a los exhaustos batallones y así, al amanecer, escuadras grises en el mar, columnas que se confundían con el terreno y grandes áreas estaban cubiertas por aviones listos para el combatir contra el Tiempo.

Algunos jefes advirtieron algo de ilógico en la campaña, pero se guardaron de hacer comentarios que podían ser mal interpretados.

Los tácticos trazaron rutas que debían envolver al Tiempo, pero sucedió que cuando las tropas llegaban a los puntos establecidos, el enemigo ya no estaba visible lo que demostró dos cosas: Una: tenía informantes que le daban la trayectoria de los ejércitos. Dos: el odiado rehuía el combate abierto, estaba temeroso.

Con estas prevenciones fueron tomadas represalias que generaron en las poblaciones el deseo ferviente de que se fueran los militares y, al mismo tiempo, causaron imágenes horrendas del Tiempo, formándose así toda una cultura contraria a tal demonio.

En un lugar donde hacía tiempo se vivía en paz y por generaciones las armas estaban olvidadas, un campesino fumigaba sus plantaciones desde un pequeño helicóptero cuya elevación lo dejó percibir una figura que caminaba por entre los altos pastos. Descendió hasta quedar enfrentado al intruso, un anciano quien llevaba en la cabeza un casco militar y en las manos un tubo largo y oscuro.

-¡Eh, tú- le gritó al campesino- ¿has visto pasar al Tiempo?.

El fumigador no comprendió bien la pregunta, pero, vagamente intimidado por la boca del cilindro, respondió:

-No sé, pero más allá de mi campo, hay un desierto, luego de lo cual existe un pueblo muy antiguo en el que dicen que se ha detenido el tiempo...

El viejo no respondió. Con paso rápido se internó hacia la dirección que le indicaba el campesino quien, subido de nuevo en su helicóptero estuvo un largo rato escuchando, sin comprender sus palabras. Un himno guerrero cantado por el caminante.